Estaba
tan inmersa en mis pensamientos que ni si quiera me enteré de cuando Edgar
había parado en un pequeño aparcamiento de lo que parecía un restaurante de
carretera.
Bajé
de la moto y lo primero que hice fue hacerme una coleta, vaya por dios, no
estaba acostumbrada al calor, y un día así aquí era para recordar.
Miré
fijamente la línea que marcaba la zona límite del aparcamiento. Añadí un
detalle más a mi viaje perfecto, moteros, me encantaría ver a un grupo entero
de estadounidenses con bigote y brazos quemados debido a llevar tantas horas
conduciendo, asentados en un aparcamiento mientras bebían whisky barato y con
una flamante música “country” que viniese del interior del restaurante, me
encantaría montarme en el asiento trasero de una de esas preciosas “Harley’s”
solo para dejarme llevar con un desconocido con chupa de cuero y parches de
grupos por todas partes.
Edgar
chasqueó los dedos —¿Holaaa? Tierra llamando a Nina. —Sacudí
la cabeza y le miré. —¿Qué pasa? —insistió.
—Nada
solo andaba pensando.
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