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sábado, 12 de abril de 2014

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—Es agobiante pasar por todo esto siempre. Pasas y sales por ello sola.
—Descríbeme que sientes si así te puedes sentir mejor.
—Bien, bueno…
—Cuéntame tú problema.
—¿Cuál es mi problema? Ni si quiera lo sé. Tengo tantos. La verdad es que ahogarme ya no es una opción. Ya estoy en el fondo, eso es lo que tengo claro, cuando estás metida hasta el fondo, hundida y deprimida no tienes ganas de salir a la superficie. Pero tampoco lo veo tan mal, me gusta la idea de que haya personas que han encontrado eso a lo que llaman su propia luz en la oscuridad—tragué saliva y le miré.
—¿Has intentado salir alguna vez? —me cogió de la mano.

—¿Cómo se sale cuando sientes que el agua te inunda los pulmones? Sientes que se te quiebran los huesos, todos a la vez y una gran quemazón en el pecho, dentro de ti. En lo más profundo.—siguió sosteniéndome la mano pero ahora con más intensidad que antes—¿Ahí debe estar el alma, no? Ahí se quedan las lágrimas, las palabras y los sentimientos, ahí debe estar el alma, sintiendo que se rompe, es eso que no se ve pero se siente. Es difícil explicar lo que es sentirse así, lo que es el alma. —me mantuve callada al terminar y puse la cabeza sobre su hombro. Nos tiramos allí un buen tiempo hasta que decidimos bajar de vuelta. 

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—Verás, yo soy muy observadora. Algunos dicen que está bien, pero yo no lo veo así. A cada cosa que veo le intento dar un sentido, lo pienso, y eso a veces me hace estar entretenida, pero otras me da hasta dolor de cabeza. Creo que todavía no he comprendido que hay cosas que pasan porque sí, no puedo evitar que se haga de noche, o no puedo evitar enamorarme, eso viene como una bofetada, zas, no puedes esquivarlo. Pero yo aun así sigo buscando un por qué. Soy imbécil. Tú lo entiendes porque también eres observador. Por ejemplo; cada vez que quieres ocultar algo te muerdes el labio inferior, y cuando te enfadas se te dilatan extremadamente las pupilas.
—Por lo que veo no soy el único.
—Pero creo que tú eres algo más observador. Ni yo me hubiese dado cuenta de que la hierba de mi zapato era de aquí.
—¿Tú crees que es un don?
—No, solo una característica.
—¿Alguna vez has escuchado cómo te rompías por dentro? —me pareció raro el giro que había dado la conversación en menos de un segundo.
—Sí. ¿Alguna vez te ha dolido el alma? Sabes que no es un dolor físico, pero también sabes que te duele ahí.
—Es un dolor intenso. —asintió.
—¿Alguna vez has sentido la rabia recorriendo tu espina dorsal? —dije seria.

—Cada día de mi vida.

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—¿Tienes miedo de que alguien atraviese esos muros?
—Miedo no—repuse y me dispuse a buscar las palabras—¿Cómo decirlo? No quiero que nadie sepa que hay dentro de mí, básicamente se asustarían.
—¿De lo qué piensas?
—Sí.
—Yo pienso que tienes desganas de todo. Que ya te da lo mismo que hagan contigo.
—Y eso está bien.
—No lo está—dijo con voz ahogada. —Pueden manejarte.
—Dios, no. No me dejo manejar, ni cambiar. Soy muy cabezota.
—¿Tienes las ideas claras?
—Algunas, pero básicamente me arriesgo a decir que soy un desastre.

—¿Y eso de qué?

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—No soy lo que esperas que sea. Ni si quiera soy lo que espero de mí misma.
—No, no es eso—me llevó la contraria. —El problema es que eres una incomprendida, ni tú misma te comprendes y eso te lleva e pensar esas cosas.
—Tal vez.
—Sabes que tengo razón.
—No me gusta que alguien que no sea yo tenga razón sobre mí—le confesé.
—Así que no te gusta ni que te digan qué tienes que hacer, ni que te den consejos, ni que traten realmente bien.
—¿A qué te refieres con lo último?
—Creo que te gusta un poco el dolor.
—Sí—dejé una pausa—a veces tengo actitudes masoquistas.
—¿Crees que eso es malo?
Jugué a encender y apagar el mechero y me decidí a hablar—¿Y qué más da que sea malo?
No se esperaba esa respuesta, se quedó mirándome—Realmente eres un misterio.

—No intentes descubrirlo. —le devolví la mirada

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—No, quiero volver al primer día—bajó la cabeza y siguió a  mi dedo con la mirada— Quiero volver a mi forma de pensar, de tener esperanzas, de saber que tal vez una chica se sintiese como yo. Quiero volver a conocerte. Echo de menos lo poco que hemos hecho de pasado—dijo con énfasis en la palabra—Aquí. En este momento—continuó. —Sé que eres lo más parecido a la felicidad.
Le solté el brazo y me apoyé en él —No, definitivamente no soy la felicidad—jugó entre sus dedos con pequeños mechones de mi pelo—Yo creo que soy un infierno con patas—reí secamente— Todo lo que toco se acaba quemando, jodiendo. ¿Alguna vez has oído hablar del karma?
—Sí.
—Pues se descojona de mí. —saqué un cigarrillo mientras me reía— Creo que si estás conmigo yo seré tu Karma y me acabarás odiando. —di una calada cargada— Porque puede que tú para mí seas el cielo, pero que yo para ti sea el infierno.
—No tengo miedo a quemarme—me miró fijamente. Sus ojos seguían con un color rojizo debido a que lloró.
—Esta vez deberías tenerlo. —di otra calada.

—¿Me estás diciendo que te tenga miedo?

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—Más o menos estamos en las mismas—se limitó a decir.
—Nunca nos ha atraído lo fácil.
—¿Alguna vez has visto a un hombre llorar? —me cambió de tema.
—No. —admití.
—¿Y a una chica?
—Sí.
Me miró y le miré a los ojos, las lágrimas recorrían la tez de su cara, tenía la piel blanca cómo la nieve, no merecía llorar. Le abracé fuerte—Eh, ya pasó— le toqué el pelo.
—Nina, sé que no hemos empezado con buen pie. Ni si quiera hemos empezado, pero...—le escuché decir apoyado en mi hombro.
Le aparté le cogí del brazo y recorrí con la yema de los dedos el camino de pálidas venas verdes y azules de su muñeca. —Tranquilo, yo tengo el don de cagarla—me eché la culpa y  seguí recorriendo su brazo. —Me hubiese gustado olvidar todo, que no hubiese pasado nada, pero ya es tarde, lo sé. Es pasado, buenos recuerdos, pero pasado.
—No.

—¿No?

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—Creo que es difícil de explicar—arranqué hierba del suelo.
—Creo que podré comprenderlo.

—Bueno—empecé—Yo tampoco he sido de seguir las normas, siempre me ha gustado hacer las cosas por mí misma y que salieran como saliesen, no me importaba lo bien o lo mal que saliesen sólo me importaba saber que había echo eso yo, que era mío. Mi madre nunca estuvo, nos dejó nada más nacer Cleo y Rebecca, un día, plf—hice un gesto refiriéndome a desparecer—se marchó. Y eso solo hizo que empeoraran las cosas. Fui cuidada por mis hermanos, pero yo veía todas mis amigas en el colegio, ellas tenían una madre que las pasaba a recoger ¿Y yo, por qué no tenía? ¿Había sido mala? ¿Era un castigo? Luego ya crecí y yo sola lo fui entendiendo. Cuando me enamoré, lo sigo estando—aclaré— ya sabes que ahora estoy con él pero también sabes que tuvimos otros temporadas, lo pasé mal no, lo siguiente. No estaba viva, no tenía razón ni motivo para levantarme. Pero mi mejor amiga estuvo ahí y eso es lo que me dio algo de fuerzas. Sin ella no estaría aquí.

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—Ajá.
—Sobre mí. Sobre mí pasado. ¿Tú tendrás tú historia, no?
—Toda persona que sube sola a un acantilado a pensar tiene una historia. Diego ¿Cuál es la tuya?
Se sentó y le imité—Verás, ¿por dónde empiezo?
—Por el principio.

—Nunca he tenido una vida fácil, podría decir que incluso ha sido arriesgada. Tampoco nunca me ha gustado seguir las normas, así que supongo que me he ganado cada consecuencia. He dado todo y no he recibido nada a cambio. Desde pequeño anduve buscándome la vida porque nunca me han puesto nada en bandeja. Cuando iba al colegio se metían conmigo, ¿Sabes? —giró la cabeza y me miró directamente a los ojos. Tenía una mirada inexpresiva— Era el único al que no le gustaba jugar en grupo, prefería estar solo en un rincón mirando al cielo. Pero la época del colegio pasó, entré al instituto—hizo una pausa—solo. Sin amigos, cómo había estado durante toda mi vida. Yo intenté decírselo mil veces  a mi madre pero ella no estuvo para cuando la necesité. Las cosas siguieren, ahora tengo amigos, sí, pero yo me sigo describiendo cómo el chico raro de la esquina. Me enamoré—hizo una mueca, miró al frente y sonrió amargamente. — me enamoré—repitió cogió aire y se dispuso a proseguir— cómo nunca había echo, ya sabes el primer amor, el que más duele. Y un día simplemente se fue, y me dejó ahí…tirado en el suelo…tenía en una mano la más cierta idea de que quería morirme y en la otra mano sólo había sus mentiras. —paró. —Te he resumido por encima mi vida. ¿La tuya?

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Cuando llegué por sorpresa Diego ya estaba ahí.
Me miró—Llegas pronto.
—Pensaba que estaría sola hasta que llegaras. —me quedé parada.
—Creía que no ibas a venir.
—No lo pensaba hacer. Fui el otro jueves por la mañana a la tienda, pensaba estamparte el paquete en la cara. Por desgracia no estabas. —fui más fría de lo normal.
—¿Y si no ibas a venir, por qué lo has hecho? —cerró los puños.
—¿Quieres que me vuelva a ir? —le reté.
—No.
Suspiré y apreté la mandíbula. —Fue porque inconscientemente te echaba de menos.
—¿De verdad?
Bajé la mirada y asentí. Se acercó un poco a mí.
—Estar aquí es genial.
Cambié mi postura y volví a la de fría—No te enrolles, ¿Por qué querías que viniese?

—Pensaba contarte algo. 

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Lo largo de la semana fue simple, aburrida. Pocas veces ocurría algo interesante en el pueblo y cuando pasaba algo corría como la pólvora. Lo peor de todo es que yo sí que esperaba que pasase algo, sentía que ese no era mi lugar. Ver a Edgar día a día me animaba no sabéis cuanto, pero teniendo a mi mejor amiga así tampoco podía estar contenta.
Esperaba a que llegase el jueves. Involuntariamente tenía ganas de ver a Diego,
El jueves subí antes de lo que me dijo, quería pasar algo de tiempo sola y estar en el acantilado, me ayudaría a pensar.
Empecé el camino con la música bien alta en mis auriculares. Hoy era el día de echarle en cara a Diego todo lo que había pasado. Me fui por el centro del pueblo porque así mataría algo más de tiempo.

En el camino pensé en el viaje de Poveglia, en que me pondría y que al final sí que haría buen tiempo. Me hubiese gustado quedarme en Venecia, en el centro, era una ciudad demasiado hermosa cómo para desperdiciarla de esa forma, pero había echo un tipo de apuesta y yo nunca me echaba atrás. 

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—¿Por qué?
La enseñé el paquete de tabaco y lo leyó —Ni idea.
—Qué raro.
—Da igual, yo ahora no vengo a cuento, ¿Ahora te sientes mejor?
—Un poco.
—¿Estás mareada?
—También un poco.
—¿Quieres sentarte?
—No, no.
Decidimos olvidar ese tema por un rato y compórtanos como habíamos echo siempre. No hubiese dejado a Carla nunca, bajo ninguna circunstancia. Ella había estado para mí en las malas y yo estaría con ella en las buenas, las malas, las mejores y las peores.

                                                  *

Página 123.

—Delgada no, anoréxica—la puse frente al espejo y la quité la toalla—Mírate—la cogí de la mano y la guie hasta su clavícula. Ella se fue girando para coger varias expectativas de cada lado de su cuerpo. —Tienes que volver a lo de antes, a comer. Cada día un poco más.
—No sé cómo agradecértelo.
—Dejándolo, no puedo soportar ver esto.
—Necesito que me de el aire.
—Pero antes come algo. Yo te lo preparo—baje y la hice tostadas, sabía que la gustaban y si tenía que comer algo que fuese algo a su gusto. Bajó maquillada y se tomó media tostada mientras la sonría.
—Genial, vámonos.
—Quiero volver  a poder estar a la altura de las del equipo—dijo mientras bajaba la calle.
—¿Quieres que entrenemos más? Pero a tú ritmo.
—¿Haría eso por mí?
—Claro, nos vamos a correr todas las noches y ya.
—Por algo eres mi mejor amiga.

La sonreí—Por cierto, el próximo jueves veo a Diego.

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Subimos a la ducha y primero la eché agua en la espalda, la nuca, la cara…
—Tranquila ¿vale?
La temblaba el labio —Nina, no me encuentro bien.
—Tienes que tumbarte, descansar. —En ese momento me vomitó en el brazo—Vale, no pasa nada, no pasa nada—intenté contenerme las náuseas. Carla puso la cabeza sobre la pared y comenzó a llorar. Me limpié todo el brazo y la arropé con una toalla.
—Venga, vamos.
—¿No me vas a regañar?
—No, no soy tú madre, y lo estás intentando y eso es lo que cuenta.
—Me pasa esto siempre, y me sienta fatal, pero el cuerpo me pide que lo haga ¿lo entiendes?
—Es droga Carla, te está consumiendo.
—Pero se me ve mucho más delgada.

Página 121.

—Algo por el estilo. —dije con voz sombría. Salí de la tienda, bien, si no le iba a volver  a ver, el jueves iría al acantilado a la hora acordada y le dejaría las cosas claras.
Ya me había acostumbrado a ver a Diego cada vez que necesitaba tabaco y volver a lo de siempre tengo que admitir que me deprime.
Fui a casa de Carla, cuando llamé me abrió ella pero ni si quiera llegué a pensar que era ella. Llevaba una camiseta de tirantes gris en la que se la salía el sujetador y de parte de abajo unas bragas negras, estaba descalza y tenía unas ojeras enormes. Estaba sudando.
—¿Qué pasa? —me metió para adentro y me senté en el sofá—¿Volviste a meterte? —asintió—Te dije que lo hicieses delante de mí ¿Fue algo menos de lo normal?
—Sí…

—Bueno con eso es suficiente, por ahora. Ven te tienes que duchar. —puse la mano sobre su pecho y esperé a sentir los latidos de su corazón, iban extremadamente rápidos. 

Capítulo diez. Diego. Página 120.

Diego.
Al día siguiente no fui al instituto ¿para qué? Sabía perfectamente que Edgar no iba a ir y que Carla estaría metida en su cama con los ánimos por el suelo. Así que decidí que a lo de la mañana haría tres simples cosas: Una; dormir. Dos; discutir con Diego. Tres; cuidar a Carla.
Me quedé satisfecha con lo que había planeado y me volví a quedar dormida
                                                        *
Cuando desperté me lo tomé con calma, bajé despacio y me vestí también despacio. Tenía todo el tiempo del mundo para hacer que Diego se pensase las cosas antes de escribirlas. En cierto modo me recordaba a mí, yo no pensaba las cosas antes de hacerla y luego ya me venían las consecuencias todas juntas.
Fui de camino a la tienda de Tom entretenida escuchando música en el i-pod. Entré en la tienda y me desconcerté, no estaba Diego, estaba Tom.
—¿Qué quieres Nina? Bueno, no sé ni para qué pregunto si ya lo sé.
—No, no quiero tabaco ¿y Diego?
—Está en el instituto— claro, ¿cómo podía ser tan estúpida? —Pero de todas formas no va a volver a trabajar aquí.
—¿Por qué?

—Cumplió mi baja, nada más. ¿Qué pasa, os hicisteis amigos? 

Página 119.

Cuando entré Diego suspiró y a mí no me quedó otra que mirar al mostrador.
—Malboro—tardó algo más de lo normal en dármelo.
—Nuestra relación—apoyo el paquete sobre la mesa con seriedad.
—Mi sonrisa— giré verticalmente con desgana los labios y salí.

Cuando volví a coger el paquete para abrirlo vi que había algo escrito a rotulador en la caja “El jueves a las 6:30 en el acantilado” Hubiese vuelto a tirarle el paquete a la cabeza si no fuese porque llegaba tarde. Mañana le haría cara, le diría algo cómo que se metiese su paquete por el culo y me dejase tranquila.

Página 118.

Cuando entré ni si quiera me dio tiempo a tocar el balón porque Carla ya me estaba llevando lejos.
—Estoy intentando seguir el ritmo que llevan todas, pero de verdad no puedo. —dijo mientras intentaba recuperar el aliento.
—Es normal. También lo tienes que dejar por eso, competiremos y ya sabes que son estrictos y yo no podría competir sin mi mejor amiga—la miré, había intentado disimular las ojeras con maquillaje.
—Lo sé.
—¿Qué tal está tarde?
—Todavía no me he metido nada.
Abigail vino por detrás y se sentó a nuestro lado.
—¿Meterse qué?
—No, nada…—Carla intentó cambiar de tema.
—Calorías, todavía no ha comido nada por las calorías. —disimulé.
—Deberías comer, estás muy bien. Y créeme que yo entiendo de chicas—la miré y me echó una sonrisa cómplice, fue un chiste privado entre las dos.

Nos quedamos calladas, por una parte quería hablar con Carla de su problema y por otra con Abigail por el tema de la chica y eso. Pero ninguna de las dos sabía nada así que estuvimos hablando de un tema estúpido que a ninguna de las tres nos interesaba hasta que nos fuimos. Yo tenía que pasar por la tienda de Tom, pero no me iba a disculpar ni mucho menos. 

Página 117.

Estuvimos discutiendo a besos que sonaba mejor y al final me dejó ganar a mí.
Bajamos del acantilado cuando empezaba a oscurecer los dos juntos de la mano. Al llegar a la playa no me quedó otra que despedirme de él.
—Tengo que irme.
—¿Tan pronto?
—Sí, Carla está mala y eso.
La despedida fue breve, no podía perder más tiempo. Si me diesen a elegir entre Edgar y Carla la respuesta es obvia. Ella siempre había estado conmigo.
Cuando llamé me dijo que estaba justo en la otra punta de la playa dando toques con las demás.
Me puse en camino por la orilla, realmente me gustaba ver cómo se quedaban mis pisadas grabadas por un segundo en la arena.

Al llegar vi como Carla se tiraba al suelo para rematar desde abajo, tiré el bolso en la arena y entré en la cancha. Yo llevaba unos pantalones vaqueros ajustados y las demás pantalones cortos para hacer deporte, inevitablemente me llevaban ventaja.

Página 116.

—Tú eres mía—tenía un tono melancólico en su voz.
—Más o menos.
—¿Cómo?
—Haber, que no me explico, me refiero a que bueno no soy tú novia ni nada de eso.
—¿ A no?
—¿Pensabas que sí? —asintió—Tú no me lo pediste y yo no me quería hacer ilusiones ni nada de eso…—dije sinceramente.
—¿Hacía falta que te lo pidiese?
—Sí. — se echó abajo y se pudo de rodillas, cómo si me fuese a pedir que me casase con él— ¿Qué haces? Levanta tonto, te vas a manchar— pero no me hizo caso.
—Querida Nina—se rio y le sonreí—¿Me concedería el favorable placer de ser mía y sólo mía por el resto de mi vida?
—Nuestras vidas—le corregí y asentí. Se levantó y me cogió, enganché mis piernas en su cintura y le besé. —La novia de Edgar Nardacchione, que bien suena. —le sonreí a milímetros de sus labios.
—Mi novia suena mucho mejor—se acercó un poco más y me besó.

—Srta. Nardacchione es mejor.

Página 115.

—¿El que te pidió el número en mi cara?
Asentí—Pues él un día me vio desde abajo.
—¿Te siguió? — le estaba cambiando el tono de voz.
—O sea, no. El también sube aquí a veces. Y cuando estuve con él por la tarde…
—Espera ¿Has quedado con él?
—Bueno, haber un par de veces, pero no quedar, vino a buscarme a mi casa y el otro día estuvo con nosotras en la playa. —Nina, cállate porque lo estás arreglando, me dije a mi misma.
—¿Cuándo coño fue a buscarte?
—Pues la tarde del sábado…antes de la fiesta.
—¿Así que te llamé yo y pasaste de mí? Preferiste ir con ese gilipollas—se levantó y empezó a bajar el acantilado.

Le seguí—Dios, se vino con las chicas— pero no se dio la vuelta, le adelante y le puse las manos en el pecho para frenarle—Edgar, paso de él. —le aseguré. Se paró y se quedó mirándome. —Somos amigos, bueno ni si quiera eso. 

Página 114.

—¿Este es el sitio a dónde siempre vas?
Asentí—Te lo enseñé porque tú me enseñaste lo otro. Hoy por mí y mañana por ti.
Me sonrió—Se está genial aquí, pero ¿nunca has pensado que esto se puede caer o algo así?
—Bueno, no le tengo miedo. Si se quiere caer que se caiga—me senté y el hizo lo mismo.
—¿Por qué vienes aquí?
—Oh, dios, mira las vistas, siente el aire, mira a tu alrededor no hay nadie, nada.
Se me quedó mirándome—Tienes razón— le sonreí orgullosa—No se está nada mal. ¿Alguien más sabe que subes aquí?
—No…bueno…haber…exactamente…no…pero…sí. —concluí.
—¿En qué quedamos?
—En que sí.
—¿Quién?

Empecé a jugar con las mangas de mi chaqueta—¿Te acuerdas del chico de la tienda de Tom?

Página 113.

—¿Estarás aquí después?
—No, voy a estar en la calle.
—Mejor, así te mantendrás entretenida. Llámame por lo que sea ¿Está claro? Esta noche te llamaré yo o te buscaré o lo que sea.
Sonrió verticalmente—Sigues siendo mi mejor amiga—la recordé.
Suspiro y me dio un beso en la mejilla—Te quiero.
—Y yo a ti. —cerré la puerta al salir y me acerqué a Edgar.
—¿Y esa cara?
—¿Podrías cambiar de tema? —casi le rogué.
Pensó unos segundos—¿A dónde vamos?

—Hoy te quiero enseñar algo yo a ti. —le llevé por el camino de la playa, el que más me gustaba a mí. Me resultó raro ver cómo yo saltaba la valla sin ningún problema y el intentó imitarme pero dio varios traspiés,  supongo que sería por la práctica. Subimos andando al acantilado y empecé a explicarle—Nunca había subido a nadie conmigo—el siguió mirando las vistas—Bueno, sé que aquí no hay muchos árboles, ni una casa, ni un río, ni si quiera hay techo pero me gusta subir a pensar aquí, sola.

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—¿Segura?
—Sí
—Prométeme que esta tarde no te vas a meter nada—negó y se la volvieron a caer las lágrimas—Por favor—lloré. —Lo haremos así, ¿vale? Llámame el día que sea, a la hora que sea, estaré para ti. Vas a superarlo, porque siempre has superado todo y esta vez lo haremos juntas—asintió no muy decidida—No te voy a quitar todo de golpe, porque te será imposible, pero cada día tomarás un poquito menos y cuando lo hagas estaré contigo—bajó la mirada—Carla, Carla necesito saber que estás conmigo, que esto es así, que me lo vas a prometer.
—No sé si podré contenerme ¿Y si te pego alguna vez Nina? ¿Y si no me controlo?
La hice callar—Seguiré estando aquí por mucho que me hagas, ¿sí? —asintió—Por favor descansa, te prometo que estaremos bien, las dos. — la di un beso e intenté tranquilizarla hasta que Edgar llamó a la puerta.

—¿Seguro que quieres que me vaya?
—Sí.

Página 111.

Me abrazó fuerte y no pude evitar llorar. Pasaron al menos diez minutos hasta que nos tranquilizamos las dos.
Intenté volver a hablarla ya con algo más de tacto—¿Desde cuándo?
—Hace un mes.                                                          
—¿Por qué no me lo dijiste antes?
—Pensé que no querías tener a una amiga que se metía de eso.
—No eres una amiga, eres mi mejor amiga y no te dejaría por nada ¿Me escuchas? Por nada.
Empezó a volver a llorar—La necesito. —dijo con la mirada perdida.
—No voy a dejar que te jodas la vida—volví a llorar.—Si tu caes yo caigo ¿Recuerdas? Te ayudaré a dejarlo, no pienso fallarte ahora. — la cogí la cara y la miré. No podría aguantar que la pasase algo. —Carla, yo te necesito a ti.
Me volvió a abrazar
—¿Quieres que diga a Edgar que no venga hoy y me quedo contigo?

—No, no ve. —se limpió las lágrimas.

Página 110.

Fui a la casa de Carla porque a él le pillaba más cerca, además con Carla al lado no pensaría todo el rato.
Carla me había avisado durante toda la mañana de que me tenía que contar algo cuando llegásemos a su casa. Así que en cuanto cerró la puerta de su habitación fui directa—¿Qué pasa? ¿Qué me tienes que contar? — a Carla se le cambió la cara en cuanto se lo dije. Mantuvo la boca cerrada y se metió debajo de la cama.—¿Qué coño haces? — no me contestó y sacó una caja de metal con una cerradura. Buscó la llave en la mochila y la abrió. Había una serie de cuadernos de diversos colores—Libros ¿y? —repuse. Levantó todos los cuadernos y sacó una bolsa que contenía polvo blanco, lo sostuvo en la mano —¿Qué es eso? —me tembló la voz.  Se sentó en el suelo con la bolsa en la mano y se echó a llorar—Eh, eh ¿Qué pasa?
—Es cocaína— dijo mientras lloraba. La cogí la bolsa y la examiné.
—¿Por qué tienes esto? — me temblaban las manos. La levanté la cabeza—Carla, joder, respóndeme. —La zarandeé—Maldita sea, responde.

Página 109.

Por una parte me levanté con algo más de ánimo sabiendo que iba a ver a Edgar y por otra deprimida porque la noche anterior le tenía a milímetros de mí. Si pudiese dormir cada día de mi vida a su lado, lo haría, sin duda.
La mañana pasó cómo el resto de todas las mañanas, siempre era lo mismo. Necesitaba un cambio en mi vida y lo necesitaba ya.  Deseaba que empezase la tarde, juraría que me estaba volviendo loca sin verle ¿Cuál era el sentido de que el mundo existiese si yo no estaba con él?

En una de las clases me dediqué a pensar en Diego, me arrepentí de una parte de lo que dije, pero estaba claro que no se lo iba a decir. Casi siempre que me he arrepentido por algo ha sido por hablar, no por callar. Está vez tampoco me sentía tan culpable. Pero no me iba a estar preocupada por eso, algo de razón la tenía él, pero odiaba ver que los demás tuviesen razón y yo no. Me obligué a dejar de pensar en eso y me entretuve grabando en la mesa con la punta del compás el nombre “Edgar”.

Página 108.

Su cara cambió de expresión —¿Por qué te odias a ti misma?
—A veces no me entiendo— baje el tono de voz.
—Yo nunca lo hago. Por ejemplo ahora, no sé porque acabo de discutir contigo. Soy imbécil.
Lo miré y tomé aire —Me voy—dije con sequedad.
—Déjame arreglar esto.
—No hay nada que arreglar.
—No quiero perder nuestra relación.
—¿Qué relación? Te explico la clase de relación que tenemos; tú me vendes tabaco y yo, no te prometo que sea todos los días, te sonrió a cambio. Punto.
Abrí la puerta y entré en casa. Hoy no estaba de humor para aguantar las gilipolleces de nadie.

                                                      *

Página 107.

—¿Por qué no te vas con tu amigo el porrero, eh Nina?
—No me has respondido—contrataqué.
—Te hará daño. — cambió de tema—Ya lo ha hecho antes, una chica no sube a un acantilado a llorar porque ha suspendido un simple examen de matemáticas ¿Sabes? — estaba enfadado, se le notaba en el tono—Te jodió viva.
¿Por qué no te vas a tu puta tienda a vender tabaco y no te metes en mis problemas? —me entraron ganas de partirle la tabla en la cabeza
— Porque prefiero ver cómo te jodes la vida.
—¿Qué? ¿Mañana volverás pidiéndome perdón? ¿Quieres que te diga por donde me voy a pasar tus disculpas o te lo imaginas? —le grité.
—Esta vez no—dijo con voz calmada.
—Pues mejor. Pensé que estaba bien conocer a alguien que se parece a ti misma, pero me confundí porque si ni yo me soporto y me odio, con que te parezcas un poco a mi te odiaré.

Página 106.

Cuando todas salimos para fuera y nos sentamos en la arena, sacaron el tema de Poveglia.
—Iremos este fin de semana no, al siguiente, he visto que hará buen tiempo. —Daira informó.
Nadie puso ninguna pega porque discutir con Daira era un caso perdido.
—Mañana vamos al centro.
—Yo no puedo—repuse.
—¿Por?
—He quedado con Edgar—admití.
—Pero vamos a ver, que no me ha quedado claro, ¿Edgar es tu novio? —Laura hizo la pregunta del millón.
—No. Bueno, no lo sé ¿Tú crees? —se rieron de mí.
—Si no lo sabes tú…—Angie me miro.
Eso me dio qué pensar durante todo el camino de vuelta ¿Qué era Edgar para mí? ¿Qué era yo para él? Y lo más importante ¿Qué éramos nosotros?
Cuando me despedí de todas y quedé en verlas mañana Diego me siguió.

—Pensaba que estabas entretenido con Bianca. —repuse, pero no me contestó. Volví a hablar—¿Qué coño quieres que haga contigo Diego? Un día te enfadas, otro me pides perdón, al día siguiente me dices que quieres pasar tiempo conmigo pero cuando tienes  la oportunidad coges y te vas con Bianca ¿Cuál es la parte lógica de esto? —tampoco dijo nada. Le cogí de la barbilla para que me mirara.

Página 105.

Cuando llegamos ya estaban todas, parecía mentira siempre faltaba alguna y por esa vez la última en llegar fui yo. Abigail estaba en la arena.
—¿No vas?
—Sí, acabo de llegar ahora me meto.
Vi como Bianca salía del agua y se sentaba al lado de Diego.
—¿Qué tal el otro día?
—Bien, bien.
—Me alegro. Vamos.
El agua estaba fría, pero nada comparada con la del río. Cogí la primera ola y llegué a donde estaba Carla.
Miro hacia atrás—¿Quién ha venido contigo?
Me limpié el agua de la cara—Pasé por la tienda de Tom y me dijo que si se podía venir, es Diego.
—Ya decía yo, Bianca ha salido a toda ostia—se sentó en la tabla mientras se reía. En ese momento vino una ola grande y la tiró. Empecé a reírme bien alto para que me escuchase y cogió impulso desde abajo y también me tiro.
—¿Ahora quién se ríe de quién, eh? —Volví a subirme y acabamos riéndonos las dos.

                                                   *

Página 104.

—¿Con él?
—No.
—¿Con ellas?
—Sí.
—¿A dónde vais?
—A la playa.
—Es de noche.
—Vamos a surfear.
—¿Puedo ir?
—Solo si me das ya el jodido paquete de tabaco—me lo dio sonriendo—Yo me voy a cambiar y a por la tabla.
—Vale, cierro la tienda y me paso por tú casa.
—Pero que sea rápido. Ya llego tarde.
—Vale.
—Bien.
Salí y me fui directa a casa a ponerme el bikini.
Cleo y Rebecca me vieron bajar las escaleras con la tabla .
—¿Oh, vamos a surfear?
—Es de noche Rebecca, hoy no pero otro día te lo prometo. —Salí fuera y vi a Diego.
—¿Por qué no llamaste a la puerta?
—No sé.
—¿Sabes surfear?
—No.

—¿Y por qué vienes? —se encogió de hombros—Da igual, vamos.

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Subí a mi habitación y puse a cargar el móvil. Pasé toda la tarde hablando por teléfono con Edgar hasta que me tuve que ir al jugar al voleibol. Quedé con él para mañana por la tarde.
Cogí el autobús. La clase de voleibol fue la típica.  Algo de toques y partido. Como siempre.
Cuando volvimos a salir fuimos hacia la parada de autobús, cada una fue a su casa a coger la tabla pero yo en el camino caí en la cuenta de que todavía no había comprado tabaco. Me daba igual, quería fumar y si eso llevaba a tener que volver a ver a Diego lo haría, me importaba una mierda.
Saqué el dinero y cogí el poco valor que me quedaba para entrar a la tienda. Respiré y di el primer paso, menos mal que estaba sola y nadie veía.
—Dame tabaco—fui directa.
—Te envié un mensaje y no me contestaste—cambió de tema.
—Malboro—volví a lo mío.
—¿Qué te pasa?
—O sea que el sábado me dices todo eso y hoy esperas que haga como si no hubiese pasa nada.
—Me disculpé por ello.

—Ya. Dame el paquete, he quedado.

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—Ya, pero que yo todavía no— aseguré.
—¿Y tus amigas qué?
—¿Qué pasa? —titubeé un poco.
—¿Qué no follan? ¿Esperas que me crea que eres la única que no se la ha chupado a nadie del todo el grupo?
Sentí la rabia subiéndome por la vena del cuello, y grité—¿Qué coño te pasa?
Se sentó y se tocó la cabeza—Tienes razón…hoy no sé qué me pasa. Nina, te he intentado proteger de todo, he hecho lo imposible. Pensé que regañándote te hacía ir a peor, pero me he dado cuenta de que si no te regaño también.
—Agata… yo te intento mantener contenta.  Sé que no soy la mejor hermana del mundo, pero lo intento, por ti.
—Sí que lo eres—me abrazó.

—Anda, sal ya, que llegas tarde— la devolví el abrazo.

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—Me parece bien. Queda con las chicas y esta noche después de voleibol vamos. Hoy vamos a adelgazar, sí señor.
—Bueno, da igual, ya nos estamos preparando para el verano— Nos despedimos y cada una fue directa a su casa. Dado que llegué antes de lo normal Agata estaba dentro.
—Ayer no viniste a dormir.
—Ya.
—Me llamó el instituto, tampoco fuiste a clase— dio unos pasos hacia mí.
—Tuve algunos problemas.
—Y te quedaste a dormir a casa de una amiga, ¿Verdad? —se cruzó de brazos.
—Sí.
—¿Por qué me mientes? Sé que te fuiste con un tal chico.
—Ya…pero… pensé que…
No pudo contenerse más y empezó a gritarme— ¿Qué te crees que eres la única que follas en esta casa?
—No he follado. Te lo juro, joder Agata.

Por un momento pensé que me iba a cruzar la cara—Que me da igual lo que hagas. A ti no te hicieron pintando.