Sonaban animales, seguro que allí
nunca dormía nada por completo. No existía el silencio, pero en esa situación
me tranquilizaba.
Mire a mi alrededor, jugaban los
colores marrones y verdes, pero también el gris. Nos tiramos sin hablar todo el
camino pero me alivió que me dejara sentir todo eso tan fuerte. Era como un
paraíso para mí.
Cruzamos otro tramo más y salimos a
algo así como un prado con una casa en el centro.
—¿Te gusta?
Asentí. Se dirigió a la puerta que
estaba entrecerrada, no tenía cerradura.
—La encontré con mis amigos hace un
tiempo, venimos a fumar aquí, nunca había traído a una chica antes.
—Es genial.
Me dejo pasar a mí primero. Estaba en
ruinas, lleno de piedras, había un colchón en el centro de la sala tirado en el
suelo y un sofá viejo en una esquina, unos cuantos muebles y absolutamente nada
más.
—No es mucho, pero está bien. A la
planta de arriba no se puede subir, se cae a cachos. — se rio y me llevo hasta la cocina.
Había una nevera y un grifo lleno de polvo—No sé como pero hay luz y agua—siguió
explicándome. Abrió un armario y sacó dos toallas.
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