—Verás,
yo soy muy observadora. Algunos dicen que está bien, pero yo no lo veo así. A
cada cosa que veo le intento dar un sentido, lo pienso, y eso a veces me hace
estar entretenida, pero otras me da hasta dolor de cabeza. Creo que todavía no
he comprendido que hay cosas que pasan porque sí, no puedo evitar que se haga
de noche, o no puedo evitar enamorarme, eso viene como una bofetada, zas, no
puedes esquivarlo. Pero yo aun así sigo buscando un por qué. Soy imbécil. Tú lo
entiendes porque también eres observador. Por ejemplo; cada vez que quieres
ocultar algo te muerdes el labio inferior, y cuando te enfadas se te dilatan
extremadamente las pupilas.
—Por
lo que veo no soy el único.
—Pero
creo que tú eres algo más observador. Ni yo me hubiese dado cuenta de que la
hierba de mi zapato era de aquí.
—¿Tú
crees que es un don?
—No,
solo una característica.
—¿Alguna
vez has escuchado cómo te rompías por dentro? —me
pareció raro el giro que había dado la conversación en menos de un segundo.
—Sí.
¿Alguna vez te ha dolido el alma? Sabes que no es un dolor físico, pero también
sabes que te duele ahí.
—Es
un dolor intenso. —asintió.
—¿Alguna
vez has sentido la rabia recorriendo tu espina dorsal? —dije seria.
—Cada
día de mi vida.
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