—Gracias— llegó Edgar con una bolsa
de comida basura.
La abrió y me la puso en la mano—Come,
te vendrá bien— metí la mano y me lleve un pedazo a la boca, no estaba malo.
Me levanté y me toqué la cabeza, me
dolía. —Vamos para adentro— fui dirección a la puerta.
—No—dijo Carla— me voy a asegurar de
que vamos a mi casa.
—Es pronto—protesté.
—Son las cinco y media de la mañana,
por dios Nina.
—¿Cómo? — dije confusa. Saqué el móvil, era
cierto, Agata no me había llamado.
—Vamos para mi casa, anda. —Carla olía a alcohol a un kilómetro
de distancia.
—Tengo que llamar, espera. —Me costaba ver bien las letras de la
pantalla, tardé más de lo normal pero conseguí llamar a Agata. — ¿Hola?
—Es tarde.
—Agata regáñame.
—No.
—Regáñame—supliqué llorando.
—No Nina, tú sabrás lo que haces, yo
no voy a ir a buscarte, si quieres venir bien.
Volví a suplicar llorando. Me colgó.
—¿Qué te pasa? —Me dijo Edgar mientras me cogía y
lloraba en su hombro—¿Por qué lloras?
—No sé— En realidad no había crecido,
solo me estaba comportando como una completa gilipollas. Necesitaba que me
regañaran. Todavía me tenían que decir qué estaba mal y qué estaba bien.
—Bueno, ya está— me tranquilizó.
Me llevo cogida hasta la casa de Carla.
Cuando me bajó me encontraba algo mejor pero ni si quiera podía decir que
estaba medio bien.
Carla abrió la puerta. Me despedí de
Edgar y subimos las dos a su habitación, me desvistió y me puso un pijama suyo,
abrió la cama y me metió en ella. Me dio un beso en la frente y me arropó.
Había
personas con las que no podría seguir si algún día se marchasen y Carla, sin
duda, es una de las más importantes.
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