—¿Tienes
miedo de que alguien atraviese esos muros?
—Miedo
no—repuse y me dispuse a buscar las palabras—¿Cómo decirlo? No quiero que nadie
sepa que hay dentro de mí, básicamente se asustarían.
—¿De
lo qué piensas?
—Sí.
—Yo
pienso que tienes desganas de todo. Que ya te da lo mismo que hagan contigo.
—Y
eso está bien.
—No
lo está—dijo con voz ahogada. —Pueden
manejarte.
—Dios,
no. No me dejo manejar, ni cambiar. Soy muy cabezota.
—¿Tienes
las ideas claras?
—Algunas,
pero básicamente me arriesgo a decir que soy un desastre.
—¿Y
eso de qué?
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