—¿Si? — su voz me daba la vida.
—¿Qué tal? — quería volverla a abrazar.
—Pues… he estado haciendo la carta para los reyes.
—¿Así? —
Edgar vino a sentarse a mí lado y le mandé callar—¿Qué has pedido?
—Cosas para Taylor—sonreí.
—Taylor está genial, pídelas para ti.
—Vale—era de pocas palabras la verdad.
—Bueno, está bien dentro de unos días nos vemos, lo prometo,
debo irme. —Las tres me
dejaron a la vez. No las entendí mucho y miré hacia Edgar que andaba jugando
con una de mis trenzas.
—¿Y esto? —sonrió.
—Una de tus primas—le devolví la sonrisa de forma confiada.
—Me gusta—concluyó. —Hagamos un video.
No estaba muy cómoda con la idea, nunca me hacía fotos ni
nada por el estilo. Puso la cámara interna y empezó a grabar. —Cuando tengamos
hijos— empezó a hablar sin apartar la vista de la cámara— les enseñaré este
video—sonrió— Y verán lo irresponsable y patosa que era su madre, perdón—carraspeó—
seguro que cuando nazcáis seguirá siendo igual o peor de patosa. — sonreí tímidamente y le pegué en el
hombro. Saqué un cigarrillo —le estás dando un mal ejemplo a nuestros hijos—reí
y lo encendí. Me tumbé a la luz del sol intentando aportar vitaminas a mi
pálida piel. Edgar seguía enfocándome.
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