—Voy a ver si va. Tú mejor no subas— Asentí y me aparté. Dio
una pequeña vuelta, bueno, iba bien, al cabo de un rato paró donde estaba yo y
bajó la ventanilla—Anda, sube—se rio. Y sonreí, la verdad es que me estaba
congelando. Ya era de noche y lo único que veía eran las luces del Jeep
bailoteando entre las sombras. Subí, el contacto y la radio tenían unas
lucecitas verdes.
—Estás helada—dijo tocándome el brazo. Dio a un botón que
destellaba una luz blanquecina en el salpicadero. Sentí calor, bien era la
calefacción. Era como si Dios hubiese bajado a verme —Anda, vayamos a casa.
—cerré mi puerta ya sentí. Me
encantaba lo sumamente imbécil que era Edgar, le habían multado por no tener
carnet y él seguía contento.
Realmente no sabía cuál de los dos era el más estúpido.
Si yo, por ir tan tranquila con alguien que no sabía
conducir.
O él, por seguir conduciendo sin carnet.
Nos complementábamos.
El camino fue silencioso y Edgar puso a Lana del Rey sin que
se lo tuviese que pedir. Bajó a abrirme la puerta al llegar cuando yo
perfectamente podía y me rodeó la cintura con el brazo. —Hay que ver las que te aguanto— me
dio un beso en la sien.
—Extraño es que no te haya matado en estos días.
—Sí que lo has hecho, a sustos. — rio.
Analicemos la situación. El segundo día, casi me mato
conduciendo una moto. El tercero, me caigo en un lago y enfermo haciendo el
ridículo delante de toda su familia y el cuarto, le pincho una rueda del coche.
Y suma y sigue, porque mañana dios sabe la que liaría en la boda.
No hay comentarios:
Publicar un comentario