En ese
momento su novio la llamó y Jimena fue con él. Edgar no tardó en venir en
cuanto una silla quedó sola cerca de mí— ¿Qué tal va todo? He visto lo del vino—
hizo una mueca y agaché la cabeza —¿ No comes? Pensé que te gustaba la bruschetta.
—
Con
dadolata di pomodori no me hace mucha gracia…
—
¿Y
al basilico? —negué— ¿tagliatelle?
¿carpaccio? Come algo… —me acercó los platos
—
Déjalo—
los retiré—Estoy muy sola…
—
No
mientas, te he visto hablando con ella—se refería a Jimena.
—
Sí,
me he reído con ella—admití.
Edgar se quedó definitivamente en mi mesa y estuvimos
hablando de lo que haríamos los días próximos. Trajeron el postre. Helado. Esto
sí que sí. Sonreí.
—Sé que esto te gusta más— me pasó una cuchara y acercó el
helado a mí.
—Hmmm, definitivamente sí— reí.
Estaba removiendo y comiendo mi helado con desgana cuando
varias mujeres vinieron hacia mí —Ahí está— comentó una mirándome mal. Levanté
la vista hacía quién lo había dicho y me quedé callada.
—Di a tu novia que se corte la manos, que las tiene muy
largas— Era la madre de Avril hablando con Edgar. Dejé la cucharilla en la mesa
y atendí. La madre de Avril cogió la pequeña esclava de oro mostrándomela.
Edgar gruñó ante el comentario y se puso en pie.
—No queremos chusma
aquí—dirigí mi mirada hacia otra de ellas.
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