La madera sonaba cada vez que daba un paso. La barandilla
blanca medio oxidada que separaba la delgada línea entre el suelo y el agua del
muelle estaba fría. El mar descansaba en calma mientras los barcos hacían
pequeñas olas al entrar y al salir. La gente paseaba mientras Edgar me envolvía
con su hombro. El agua dejaba un pequeño reguero de espuma al chocar con una de
las columnas de hierro rígido que sostenía las tablas. El muelle estaba medio
vacío ya que era la hora de comer y la mayoría de la gente descansaba en los
restaurantes. El viento azotaba con fuerza mi pelo y mi cara. Entrecerré los
ojos y me abracé a mí misma. Edgar me atrajo más contra él.
—¿Quieres comer? — una mano entrelazo la mía y con el pulgar le acaricié la
piel de encima de los nudillos. Negué mientras seguía caminando. Con una
horquilla me amarré el primer mechón de pelo y en el otro lado me lo puse
detrás de la oreja.
—He estado buscando trabajo—comenté.
—Sabes que te puedo dejar dinero— me miró y se paró en seco .
—No, me vendrá bien.
Suspiró y se calló. Había estado buscando trabajo porque en
navidades siempre se gastaba de más. Encontré uno temporal en una barra. Me
distraería servir bebidas a la gente.
Las gaviotas iban y venían. Paseamos hasta que abrieron la
tienda en la que tenía cita para marcar su piel.
Una campanita hizo un ruido al abrir la puerta y un chico con
gafas, septum y tatuajes alzó la vista. Sonrió al ver a Edgar y le estrechó la
mano sonoramente.
—Ella es Nina—salí del escondite detrás de sus hombros y me
pinchó con su barba al darme dos besos.
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