Antes de que entrásemos a la casa de su abuela Edgar me
preguntó —¿Qué te pasa? No has hablado en todo el viaje
—Me gusta el silencio— en verdad no mentía. No del todo.
—Ya, eso lo sé. Pero eres así de callada con todos los demás,
no conmigo. Siempre tenemos algo…de lo que hablar—tardó en decir lo último.
—Mira, sólo estoy cansada— tal vez me había pasado de borde
pero era mejor así.
Abrió la puerta y entré detrás de él, el salón tenía bastante
gente a lo que me escondí en su hombro y Edgar lo único que hizo es un leve
movimiento con la cabeza. Nos fuimos para arriba, prefería no hablar con nadie.
Cuando entré en la habitación la vi más acogedora de lo
normal, ahora era nuestra habitación.
Me quité los tacones —Joder, qué a gusto— no os podéis
imaginar cuanto me dolían los pies. Me situé al lado del espejo dónde Edgar
estaba quitándose a tirones la corbata. Y empecé a desmaquillarme a su lado—
Antes llevabas pajarita— me había fijado.
—Sí—volvió a retorcer el cuello— Pero es tradición, mi padre
me la dio, dijo que llevaba bastantes generaciones en mi familia. —asentí y me
quité por completo el maquillaje de un ojo. Oí crujir a una tela .
—Para, se te está irritando el cuello— tiré de una de sus
lados con cuidado y se desapretando. Se la quité y la dejé sobre la mesilla.
Empecé a quitarle los tres botones que tenía en el chaleco, y después uno a uno
los de su camisa. Se la quité y la doblé con cuidado. Me sonrió. Volví a mi
proceso de desmaquillarme mientras él se quitaba el cinturón y me miraba.
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