—En la espalda, y las piernas— sonrió aún más amplio, incluso
se le achinaron los ojos.
—Gírate. —Saqué el lubricante que vi el otro día en su cajón.
—Es como aceite corporal—miró el bote.
—En realidad lo es, sólo que sabe bien— le corregí y rodó sus
ojos. Le eché una cantidad moderada en la espalda y la encorvó, se le notaban
los contornos de sus huesos — ¿Frío? — reí. Posé mis manos y empecé a esparcir el líquido, volví a
echarme en la palma de las manos y empecé por las piernas — ¿Sabes? Creo en la
depilación masculina— me referí a sus piernas y el gruñó. Tenía unos gemelos
fuertes. Mis manos resbalaban y el sentido del bello iba en dirección a mis
caricias. Hasta sus piernas me gustaban. Pasé a la espalda, esto le iba a más,
me eché más en la mano y comencé por los hombros, bajé un poco haciendo el
mismo proceso, tenía una espalda firme y tersa, con un movimiento de cabeza
eché mi pelo a un lado y fui alternando mis manos con besos en la nuca. Mis
manos danzaban en círculos e iba de un foco a otro de la espalda, de lunar en
lunar, de centímetro en centímetro. Me pareció buena la idea de hacer una foto.
Me lavé las manos y le toqué el pelo.
—¿Te levantas ya? — sonreí y le mordí el lóbulo de la oreja.
—Hmmm— se
quejó.
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