—Ya tengo los bocetos preparados — tenía una voz áspera. Los
trajo y jugó con sus dedos en la mesa de cristal. Edgar asintió y el chico
extendió el brazo de manera que le indicó que pasase. Le seguimos y Edgar se
quitó la camiseta. Se sentó en la camilla y yo en una silla al lado. Cogí su
camiseta verde militar con un bolsillo en la parte izquierda del pecho negro de
tela fina y la apreté con fuerza al llevármela a la nariz disimuladamente. El
chico le extendió crema y después le pegó una especie de pegatina con tinta
azul en la parte principal del hombro y se acercó una mesita de hierro con
ruedas en la que había tapones de colores y una especie de pistola. Hizo un
ruido sordo en el aire y luego la hundió en uno de esos tapones. Se acercó a la
piel de Edgar y el ruido empezó a ser algo más camuflado. Alternaba la pistola
y el pañuelo a menudo mientras Edgar me sonreía.
—
¿Del
uno al diez cuanto te duele? — le acaricié su mano libre.
—
Seis
y medio— sonrió.
*
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