—Sí, y va rápido cuando te ve.
¿Y el mío qué? Si pusiera su mano sobre mi pecho estaría
llamando ya a una ambulancia de lo rápido que me iba cuando se encontraba
cerca.
Aparté la mano y volví a lo mío. — ¿Cuántos porros te has fumado hoy
Edgar? — Ni si quiera me
contesto.
Cambió de rumbo y le seguí— ¿A dónde vas?
—A mi casa.
—Vamos, no me jodas ¿Quedo contigo para que luego te de el
pronto y me dejes aquí sola?
—No, tú vienes conmigo.
Estaba confusa ¿Para qué? Nos pasamos el camino sin hablar
hasta que encontré una buena pregunta que hacerle.
—Hemos quedado hoy, porque tu dijiste que querías hablar…
—Ajá…
— ¿Y bien?
—Hablaremos de eso, tranquila— Llegamos a su casa y me quede
en su entrada mirando al suelo. Salió al cabo de un rato con una manta ancha y
vieja.
—¿ A dónde vas con eso? —me reí.
—Calla— se rio. Me la puso en los brazos y me abrió la
puerta. Salí y rechiste.
—¿Encima tengo que cargar con ella todo el camino?
Cerró la puerta— Está bien, tendré que cargar yo con las dos—
me cogió de forma que lo único que podía ver era su espalda.
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