Cogí unos
calcetines que me llegaban a algo menos de las rodillas, unas bragas, y una
camiseta ancha, ese era mi uniforme en casa. Me senté en la banqueta del piano,
empecé a tocar una pieza. Alguien había abierto la puerta, ni si quiera quería
girarme ¿Para qué? Seguro que sería alguien para culparme de todo, o para decir
una tontería, tal vez pasando de el me dejaba tranquila.
Se sentó al
otro lado de la banqueta, era Cleo, me aliviaba saber que era Cleo, ella no
hablaría sobre el tema, sólo la gustaba verme tocar. Era parecida a mí, tenía
esas pequitas en torno a las mejillas que sólo la hacían más adorable.
—¿Quieres
tocar? — Asintió, la
cogí las manos, tenía unas manos hermosas, suaves, pequeñas, delgadas, me
gustaban tremendamente esas manos. La conduje la mano a cada tecla, primero mí,
luego la, luego sol, luego si luego re y luego do agudo. Era lo único que
necesitaba saber para ese fragmento. Empezó a tocar, mi mi mi la la sol la la,
mi mi mi la la sol la, si do si do la la sol mi re, mi mi mi la la sol la.
Se quedó
mirándome.
—Gracias—
soltó — Deberías ir a hablar con Agata.
Me quedé
extrañada, ¿Cleo diciendo más de una palabra seguida? No creo.
—Sí, vamos.
— La di la mano y bajamos
juntas, me fui directa a la cocina, pensé que si tenía que hablar algo con
Agata, lo mejor sería preparar café, sabía
perfectamente cómo la gustaba, más dulce y templado, yo en cambio amargo
y caliente. Subí las escaleras, ni si quiera me había planteado que la diría,
eche valor, llamé a la puerta y la abrí despacio.
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