A los treinta minutos de puro silencio y de un
hermoso paisaje, con nieve incluida llegamos a lo que pensé que era obvio que
aparecería, un gran río caudaloso- Bien- comenté mirándolo desde el camino aún
y bajé a paso lento hasta la orilla, compuesta por rocas. Me senté despacio y
miré al gran sistema montañoso en el que me encontraba, era realmente precioso.
Era un río conocido, eso seguro, porque a
menos de un kilómetro podía alcanzar a ver un gran puente por el que
transitaban diversos coches de vez en cuando. Suspiré al meter las manos en el
agua, helada se quedaba como adjetivo cálido al lado de estas aguas. Mi hermano
me seguía mirando confuso, pero eso es lo que menos me importó a la hora de empezar
a lavar sus camisetas con champú, y gel, que era lo que tenía. - Te toca a ti-
le indiqué con la ceja para que fuese derechito al agua y negó rápido -¡Hueles
horrible Ercole!
-Prefiero eso a morir por una neumonía esta
noche- dijo decidido.
-¿A qué temes?- dije tocando el agua con mis
manos de forma juguetona para salpicarle.
-Temo que entre ahí y salga convertido en un
cubito de hielo, como en los dibujos- asintió con un rostro de "llevo
razón"
Rodé los ojos- Vamos, no hay dolor, ¿no? - le
piqué. Era un juego al que siempre habíamos concursado, sufríamos sabotajes del
uno del otro y mientras nos hacíamos daño, teníamos que actuar como si no fuese
nada diciendo repetidas veces que no hay dolor. Aun que cuando me colocó las
manos en el cristal del horno ardiente, por lo menos durante un minuto, sentí
que cada una de mis venas se derretían poco a poco, y claro que me dolió, pero
lo más normal era apretar los dientes, hacer como si te reías y no te doliese
para nada, para decir las tres palabras mágicas muchas veces, "No hay
dolor", "No hay dolor"
Frunció sus cejas y su cara fina y esculpida
se tensó por completo. Sus finos labios desaparecieron y en cambio su mandíbula
sobresaltó. Arrugó la frente, echó su pelo para atrás, el que era más largo que
el por los lados y luego cogió aire por su esculpida nariz.
Al cabo de un segundo, su rostro cambió y
formó una gran sonrisa pícara. Este juego siempre funcionaba. Se relajó y
empezó a quitarse el cinturón del pantalón que le quedaba perfecto alrededor de
su cintura- Aquí no, queremos que te eches un poco de agua, no que te ahogues y
te encuentre al final del río echo un matojo de moratones- así, tal como yo.
Miré al agua que no aflojaba ni un segundo, y menos al golpear las rocas, a la
otra orilla comenzaba una muy fina capa de nieve que me moría por ir a
visitarla. -Vamos- comenté poniéndome en pie, sí, en pie, en sólo uno.
Me ayudé con las muletas hasta encontrar un
experimentado puente compuesto por rocas, algunas cubiertas por agua por
algunas zona y otras sobresaliente -Dale Ercole- señalé.
-¿Estás loca?, ¿Quieres saltar de piedra en
piedra con muletas?
-Lo superaremos- me encogí de hombros apoyando
el objeto de hierro en la roca para balancearme y caer con un pie y
tambalearme. Él me miró expectante, yo ya iba casi por la tercera roca cuando
me alcanzó en un segundo.
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