—Es aquí — comenté
—¿Sabe que vas a su casa? —alzó una ceja.
—No, pero estoy segura de que está aquí, no iba a quedarse
con un grupo de chicas que no conoce de nada.
—Tú misma — se apoyó en la pared riéndose hasta que cedió
darse la vuelta, le miré la espalda, que con cada movimiento se le flexionaban
los músculos y se le marcaban los omoplatos. La camiseta gris ajustada le
favorecía lo suyo.
—Diego — grité y se giró —Súbete los pantalones — reí
y él hizo lo que le dije colocándoselos por encima del ombligo — ¡Tanto no ¡ —
se los bajó hasta los tobillos —Qué asco de boxers — corrió hacia mí subiéndose
los pantalones.
—¿Te doy asco? —dijo
riendo.
—Sí, mucho — reí y me besó —Vete —me volvió a besar.
—Tal vez podría irme si dejases de besarme — sonrió.
Le lancé una mirada asesina —Has comenzado tú.
—Estúpida— me besó y se marchó.
Llamé y la madre de Cristina abrió — ¿Se encuentra
Cristina? — cuestioné y asintió, inclinó la cabeza dejándome pasar. Subí las
escaleras suponiendo que estaría en su habitación. Llamé y nadie contesto así
que me tomé la libertad de abrir.
Cristina bailaba con los auriculares puestos mirándose
en el espejo, me vio a través de él y paró precipitadamente tambaleándose.
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