Se encogió de hombros—Películas, mantas, libros— reí.
—
¿Y
tu madre?
—
Mantenemos
una línea que no cruzamos ninguna de las dos.
—
Bien—
asentí. Llegamos a un campo que reconocí bien por ser el deportivo al aire
libre abandonado del pueblo. En verano la gente subía a ver las estrellas. Unos
días señalados al año caían cientos de estrellas fugaces, tantas que de pequeña
me quedaba incluso sin deseos. Pero esta vez le habían dado una función, la
gente se montaba en quads y daba vueltas en círculos por el campo, como si dar
vueltas te llevase muy lejos. Cada vez que alguien giraba dejaba una nube de
polvo.
Abracé a las chicas una a una. Presenté a Cristina , sonreía tímidamente.
Subimos a las gradas cuando indiqué a Cristina que se sentase a mi lado,
el banco en él nos sentamos estaba frío y la gente gritaba y comía alrededor
mirando el espectáculo. Nos regalaron unas camisetas que inspeccione por puro
aburrimiento, azul oscura con dos banderas que indicaba una salida de una
carrera, blancas y negras con el nombre de este evento escritas. Sabía
perfectamente que esta camiseta se quedaría guardada en el último cajón y se
usaría un día en el que tuviésemos que pintar la casa por miedo a manchar mi
propia ropa. Algunas se la pusieron y animaron la carrera, Cristina se quedó
callada junto a mí.
Me puse en pie contagiándome de los ánimos de Carla y alcé la camiseta
haciendo círculos en el aire animando a alguien que no sabía quién era.
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