Esta vez
decidí salir antes de casa, por el simple hecho de no querer volver a llegar
tarde. Dos días consecutivos de retraso era una muy mala imagen. No obstante
era la verdadera, pero mi verdadera imagen, no agrada a nadie.
Me cambié
rápido y me puse a limpiar la barra con pesimismo intentando meterme en la cabeza
que esto lo hacía por Rebecca y Cleo y que con la sonrisa con la que pasarían
estas fiestas sería suficiente para mí haber hecho todo este esfuerzo. Jesús se
quedó mirándome, a la espera de que cometiese algún otro fallo, pasó minutos
vigilándome mientras limpiaba las estanterías dónde estaban las botellas.
Me giré al
escuchar una voz muy familiar.
—Brugal con
naranja — Edgar. Cogí aire pesadamente sin mirarle más de una milésima de
segundo, eché un vago vistazo hacia mi jefe
que me miraba con los brazos cruzados y sin pensarlo deposité dos hielos
en un vaso de tubo, primero brugal, luego naranja, no era de carrera de
universidad. Se lo puse en la barra y me giré de nuevo a limpiar, pude ver su
cara reflejada en uno de los espejos de las estanterías. O lo que quedaba de
ella, moratones se extendían a lo largo de sus párpados, el labio con una
herida definida, indicaba que eso realmente le había dolido —Nina — escuché su
voz y desvié la mirada sin tener ocasión de escanearle más. Jesús cuestionó mi trabajo con una mirada amenazante
—Perdóname — me miró y seguí limpiando la madera sin darle importancia a lo que
había dicho —Escúchame — insistió y giré a mirarle sin haberlo pensado del
todo. Un impulso.
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