—Deberían
hacer una coca-cola sin gas — me apoyó.
—Doy fe —
sonreí levemente.
Diego
agachó la cabeza dando paso a que iba a hablar de un tema importante — ¿A qué
viene lo de Cristina?
—No lo
dejarás correr, ¿verdad?— negó levemente. Oí un trueno — ¿Llueve? —intenté
volver a irme del tema.
—Cuando yo
venía, no, pero estaba nublado — atrapó mi mano — Ahora basta de intentar
distraerme y dime.
Suspiré
—Sólo pensé en que podías salir algún día.
—¿A dónde?
— alzó su voz.
—No sé
—dejé caer — Pasear, tal vez.
— ¿Te
sientes culpable por rechazarme y ahora me intentas liar con una de tus amigas
con graves problemas mentales? — noté la rabia y como estaba a punto de volver
a explotar. Por otra parte noté mi propio enfado subiendo por mi espina dorsal.
—No te he
rechazado imbécil, y a Cristina no la pasa nada en la cabeza — le defendí.
Giré mi
cabeza levemente y volví a ver a Edgar entrar, sentándose de nuevo a dos taburetes
de distancia de Diego y me miró, dirigí la vista del uno al otro.
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