Listaa

lunes, 14 de septiembre de 2015

página 348.

Usamos la tabla como asiento y miré a mis pies chapotear con poco interés en el agua del puerto, seguíamos esperando a Diego, sabía que iba a venir, le conocía, pero no esperaba que se retrasase tanto. No daba señales de vida. El agua del frente de mi casa estaba fría pero mi piel se había acostumbrado a esa sensación térmica. El único ruido que podía captar era el chocar del agua contra pequeñas embarcaciones. Pequeños focos de luz salientes del suelo alumbraba el estrecho camino que determinaba la completa y radical diferencia entre la tierra firme y el agua. Parpadeó una de las luces y se escuchó el ruido de las palmeras procedentes de las diversas casas de los vecinos gracias al viento. Encendí un cigarrillo y miré a Cristina entretenida, pero ella no tenía expresión alguna. Con ella se podía compartir el silencio, eso me gustaba. La playa estaba cerca, y hoy no dormiría en mi casa, pero tampoco quería mal influenciar a Cristina para que llegase tarde a casa por mi culpa, más bien la de Diego por no venir.
—¿Crees que lloverá? — rompí el silencio porque me estaba poniendo nerviosa con la espera.
—Raro es que no llueva — sonrió amargamente y di una calada al cigarro —¿Vendrá? — me miró.
La luz roja de la ceniza al dar una calada alumbró mi cara — No te preocupes, estoy segura de que sí— una piedra cayó al agua y salpicó mis rodillas.
—¿Mueves el culo o qué? — escuché la risa de Diego desde el otro lado del agua y alcé la cabeza. Estaba de pie esperándome sin poder pasar por el agua que nos separaba ambos.

—Te lo dije — la miré sonriendo poniéndome en pie y apagué el cigarro. 

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