Listaa

lunes, 19 de octubre de 2015

Página 478.

La abuela solía cogerme la cara con ambas manos y mirarme a los ojos cuando de verdad quería que le escuchase decir algo, porque yo siempre acababa distraída.
Ese día la abuela dejó de pelar y trocear patatas, se limpió la mano en el delantal, me cogió de las mejillas y me contó todo esto.
La abuela era fuerte... ¡Lo que daría por ser yo cómo ella!
La abuela estaría contenta de verme enamorada.
La abuela habría sacado sus uñas de gran leona para rasgarme más el corazón y hacerme sangrar, sólo para aprender bien la lección.
Ella hubiese cosido cada herida después.
La abuela era así, de lunes o de sábados, de diciembres o de julios, de ríos o playas.
La abuela era una mujer temida, respetada y amada, una gran leona.
Así que con ese discurso en mente cada día y con la idea de no querer acabar con antidepresivos sonreía en público estando muerta por dentro y luego en casa me derrumbaba como un rascacielos lleno de dinamita. Dejando una neblina que afectaba a toda mi familia y haciendo un estrepitoso ruido con cada uno de mis ataques de rabia.
Edgar se había ido, y eso había acarreado crearme un horario anti-pensar en Edgar.
Había vuelto a trabajar. Me distraía y de vez en cuando Cristina se pasaba a visitarme.

Edgar no aparecía por mi cabeza cuando tenía una buena conversación de la que hablar, el problema es que eso casi nunca pasaba. Y mientras las demás charlaban animadamente yo me quedaba, quieta, seria y callada, con las manos en los bolsillos, la mirada puesta en un punto fijo y pensando en todo, y en nada.

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