¿Y quién
baila sin música?, ¿Y quién sueña sin dormir?, ¿Y quién sonríe al demonio y
coge su mano cediendo a sus encantos?
Hasta este
punto el paso del tiempo me había hecho fuerte y culta. Hasta llegar a hoy en
día, en que alguien decidió borrar la cuenta, empezar de cero, tirarme de los andamios
y hacer que me jodiese de nuevo.
"No
Edgar, no quiero esconderme porque te de vergüenza andar conmigo" Habría
dicho.
"No
Edgar, si no te gusta estar con la chica callada y cabizbaja de la clase sólo
vete y déjame sola" Habría emitido.
"No
Edgar, si ni si quiera me miras cuando paso por tu lado en clases o en los
pasillos, y te ríes de mí con tus amigos, mejor será que dejemos de vernos en
los baños" Habría impuesto.
Pero no lo
hice. Yo no hice tantas cosas, e hice tantas otras mal.
Nunca había
hablado con Edgar sobre ello, porque decidimos que era un tema que habíamos
solucionado y superado, pero el dolor que sentía ahora sólo lo comparaba a
cuándo pasaba por los pasillos, sin meterme con nadie, y el grupo de sus amigos
se reían de mí por cualquier cosa que se les viniese a la mente. Y yo le
miraba, como, diciéndole con la mirada "¿No vas a decir nada"? y él
me miraba, serio pidiendo un perdón silencioso y luego se echaba a reír con sus
amigos chocando sus puños. Y yo me giraba rodando los ojos, aceptando la
situación, bajando la cabeza y volviendo a caminar para meterme en el baño y
echarme un poquito a llorar, porque eso estaba bien, porque eso era saludable
mientras que oía a los otros reír.
Y él
llamaba a la puerta cuando se les había pasado la risa, y soltaba siempre la
misma oración "Perdón Nina, no volverá a pasar, lo prometo, a la siguiente
intentaré frenarles". Y yo guardaba mi almuerzo, me limpiaba las lágrimas,
quitaba el seguro y le dejaba pasar. Para que me besara y me hiciese sentir un
poco mejor. Porque él así lo hacía. Y me sonreía, y me acariciaba las mejillas,
y se sentaba en mi lado, y compartía su comida conmigo por unos cinco minutos
en los que me volvía a dejar sola y
bajaba a la cafetería a comer, y a reírse de más gente con sus amigos. Y yo me
quedaba ahí, encerrada, sin atreverme la gran cosa a bajar a cafetería y sin
relacionarme con alguien si no era para algo técnico que ocupase conceptos
contextuales de dentro de la clase. Y me arrepentía por abrirle, pero él
volvía, después del recreo, me sonreía y me ablandaba. Cómo llevo haciendo año
tras año.
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