El acantilado era mi propia oscuridad.
Yo era oscuridad.
Llevaba sobre mis hombros un alma negra.
Escondí las manos en las mangas de mi sweater vino de lana y miré a las profundidades. El horizonte, el agua, el pueblo a lo lejos. Tan cerca pero tan lejos. Tan parecidos pero tan diferentes.
Había impuesto una norma. Una norma a mí misma.
Sólo podría leer las cartas de Edgar y ver sus videos en el acantilado. Aún guardaba un par de repuesto.
En uno de esos videos salía la prima de Edgar, Avril, y los dos sonreían, y se veían cómo felices...sin yo estar ahí.
Creo que ese es en el más lloré. Porque yo estaba en el pasillo. Yo había pasado tres semanas de locura yendo a las clases mientras mis amigas me preguntaban qué era lo que me pasaba.
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