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martes, 20 de octubre de 2015

Página 510.

Estaba en una cavidad del acantilado, erosionada por el paso de los años. Lucía bonita.
Tenía medio techo descubierto e incluso parecía una piscina natural apetecible para el baño. Pero dentro se encontraban las peores roscas del mundo. Dejé caer mi cabeza al suelo rasgándome de nuevo las mejillas tosiendo una y otra vez y cogiendo aire a grandes bocanadas, mientras se juntaba con el agua de los pequeños charcos que se formaban.
Respiré agitadamente tumbada aún en el pequeño espacio de suelo que tenía hasta que me calmé medianamente y cerré los ojos por un segundo, mientras mi cabeza seguía descansando en un charco poco profundo.
Parpadeé varias veces. Literalmente estaba dentro del acantilado.
El pequeño círculo de agua que comunicaba con el mar hacía ligeros remolinos y chocaba fuerte contra mi bordillo.
La fuerza de las olas se juntaba en un mismo punto, donde yo me encontraba. Estúpida, estúpida, estúpida, ¿a quién se le ocurre?
Me incorporé despacio, lo siguiente que hice fue vomitar. Seguramente debido a la gran cantidad de agua salida que había entrado sin permiso en mi cuerpo. Cerré los ojos ante los fuertes sonidos que provenían de mi garganta.

No había nada en mi cuerpo, pero me dolía al igual expulsarlo por mi boca. 

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