Estaba en
una cavidad del acantilado, erosionada por el paso de los años. Lucía bonita.
Tenía medio
techo descubierto e incluso parecía una piscina natural apetecible para el
baño. Pero dentro se encontraban las peores roscas del mundo. Dejé caer mi
cabeza al suelo rasgándome de nuevo las mejillas tosiendo una y otra vez y cogiendo
aire a grandes bocanadas, mientras se juntaba con el agua de los pequeños
charcos que se formaban.
Respiré
agitadamente tumbada aún en el pequeño espacio de suelo que tenía hasta que me
calmé medianamente y cerré los ojos por un segundo, mientras mi cabeza seguía
descansando en un charco poco profundo.
Parpadeé
varias veces. Literalmente estaba dentro del acantilado.
El pequeño
círculo de agua que comunicaba con el mar hacía ligeros remolinos y chocaba
fuerte contra mi bordillo.
La fuerza
de las olas se juntaba en un mismo punto, donde yo me encontraba. Estúpida,
estúpida, estúpida, ¿a quién se le ocurre?
Me incorporé
despacio, lo siguiente que hice fue vomitar. Seguramente debido a la gran
cantidad de agua salida que había entrado sin permiso en mi cuerpo. Cerré los
ojos ante los fuertes sonidos que provenían de mi garganta.
No había
nada en mi cuerpo, pero me dolía al igual expulsarlo por mi boca.
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