Han pasado dos semanas. Dos significativas
semanas en las que no había sabido absolutamente nada de Edgar, ni su paradero,
ni su estado, ni su voz. Dos semanas desde que había entrado en el
hospital y cuatro desde que lo nuestro cayó en picado, sin frenos, marcha
atrás, sin cadenas, de culo, en la pendiente más grande del mundo, con nieve y
viento de por medio. Dos semanas desde que no podía fingir que me encantaba ser
su amiga, cuatro desde las que no le podía besar con toda tranquilidad.
Le he echado de menos, estas dos semanas le he
echado mucho de menos, he intentado concentrarme en algunas otras actividades
pero una parte de mi cerebro, claramente la masoquista y estúpida, no me ha
permitido estar más de cinco minutos sin pensar en el cómo estará, o en el cómo
se encontrará. He adelantado tarea, he estudiado libros que incluso no pertenecen
a este año si no al que viene, he investigado música nueva, he realizado
trabajos que están previsto para finales de curso, y aún me faltas, aún me
faltas tú.
Hundí
la cabeza en mis codos aún más para seguir leyendo el libro sobre la historia
de américa y los derechos contra el racismo mientras apuntaba cosas importantes
en mi libreta de al lado y constataba la información en mi portátil, la biblioteca
se encontraba en silencio, apenas se escuchaba la ligera lluvia a fuera y a la
bibliotecaria hacer su pequeño camino con el carrito. Había venido a la
biblioteca del centro, porque tenía mucha más información para estar
completamente segura, aparte de eso tenía muchas menos posibilidades de
encontrarme con alguien conocido en ella, eso implicaba mayor y mejor estudio,
pero lo de la información era una excusa, una excusa para mí misma, para
parecer menos estúpida ante mí misma respecto a mis actos y mis ideas.
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