Dos semanas, llevaba dos semanas yendo al
hospital donde se encontraba ingresado, golpeando la habitación 278 de la
tercera planta, recibiendo, a cambio, una completa negación de entrada por su
parte. Me sentaba por horas en la sala de espera y veía como las enfermeras
entraban y salían con total libertad, viéndole, sabiendo de él, mis llamadas y
mis mensajes se volvieron algo habitual que Edgar se había tomado al pie de la
letra, ver, evitar contestar y eliminar. Parecía que todo el mundo sabía sobre
qué hacía, cómo estaba... menos yo.
—¿Está mejor?—
Preguntaba cada vez que una enfermera salía de la habitación en la que yo no
era bien recibida .
—Lo siento señorita pero eso es algo que no
puedo compartir con usted...— me repetía.
—¿Ha dicho
algo sobre mí?— decía aún con esperanzas.
—Lo siento,
no— me apretaba el hombro en señal de que se había acabado la conversación y yo
volvía a sentarme en esa sala de espera ya tan familiar para mí.
Sabía bien
que a muchos de sus amigos, entre ellos a los de la ciudad sí que les
contestaba los mensajes, o las llamadas , permitía su visita e incluso tenían
conversaciones cara a cara.
Llamaba
cada día a uno de ellos, el más considerado para preguntarle lo mismo —¿Ha
preguntado por mí?
—Lo siento
Nina, no lo ha hecho. — colgaba el teléfono como llevaba haciendo más de 14
días y me recostaba en la incómoda silla de plástico esperando que algún día
saliese de esa simple y poco acogedora habitación.
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