—¡La mato! Me planché el pelo ¡La mato! —Angie
salió por patas cogiendo fuertemente el
crucifico que colgaba de su cuello mientras Daira le perseguía enfadada
—¡Señor! Apiádate de mí, no dejes que esta hija
nacida en mala cuna me baje a las cavidades del infierno y la lujuria — fue la
primera en entrar por la puerta temiendo por su vida.
Me reí al
contemplar la escena —Siempre están igual, en realidad se aman —dijimos al unísono
y reímos entre nosotras.
—Ulisse no vendrá—anunció
Carla.
Me
tranquilicé, si a Edgar se le ocurriría venir no correría peligro.
La gran
puerta de hierro estaba abierta al público y al llegar la verdad es que nos
quedamos con la boca abierta.
Lo que
parecía una fábrica dispuesta a ser demolida estaba perfectamente cargada de un
ambiente fresco y juvenil. Se lo habían montado muy bien.
Luces
ultravioletas y pintura fosforescente en cada uno de los cuerpos y cara de los
presentes en la fiesta. La música retumbaba y el alcohol amenaba por todas las
partes yendo de un lugar a otro. El nuevo de la ciudad se había ganado una
buena reputación a pulso y por cuenta corriente de sus padres. Lo mejor era
eso, gratis.
Nos
brillaban los dientes, los ojos y las uñas y nos reímos creo que al menos por
cinco minutos, creo que todo el humo cargado de cigarrillos, marihuana y hachís
estaba hasta empezando a hacernos efecto.
—Esto es genial —escuché a
una Abigail emocionada.
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