—¿Cómo te llamas?— me sacó de mis pensamientos y le miré.
—Eso ya lo sabes— sonreí y me fijé en el tatuaje que tenía en el brazo, parte de él se tapaba por la camiseta, tenía un tono de piel tirando a bronceado — ¿Y tú?— le rebusqué con la mirada y volvió a sonreír.
—Sam —siguió haciendo presión en mi herida — Y Nina— me miró a los ojos al decir mi nombre— ¿Cómo te has hecho esto? — cerré los ojos.
—Cuando te fuiste tropecé con una caja y caí sobre la estantería de metal — improvisé.
—Nadie te ha agredido ni nada, ¿no?— negué — Es que ha habido una pelea esta noche —asentí.
—¿Tienes 21 años?— pregunté y me miró —Lo siento, el golpe en la cabeza me ha dejado gilipollas perdida — dije cabizbaja y con vergüenza.
— Casi, uno más— volvió a reír.
Queridísimo Sam de 22 años, soñé despierta.
Avisó al médico de antes y quitó el vendaje. Sacó una especie de anzuelo y un hilo de color negro. Me cogió de los extremos de la piel y apreté fuerte la mano a Sam por un acto reflejó y el me correspondió. Me daba grima, mucha. Oía el ruido del hilo, lo sentía, dolía, estaba tirando de mí, ahora me arrepentía de haberle pedido tal disparate a Carla, y más, siendo Carla.
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