—Edgar, ¿qué te ha pasado?— me miró
débilmente, aún tenía sangre en la nariz. Sam se puso tras de mí.
—Han sido tus hermanos —dijo con un
hilo de voz y me dejé caer de rodillas para tocarle con delicadeza la cara y
acunarle con mi mano la mejilla.
—Te dije que no salieras — le recordé
y dejó caer la cabeza hacia delante — ¿Edgar?, ¿Edgar?— no
contestaba — ¿¡Edgar?! ¡Por favor un médico!— grité — ¡Por
favor!— alguien
tiró de mí y caí al suelo era su madre, me miraba con casi llamas en sus ojos.
Sam atinó a
ayudarme y me levanté, se interpuso ante la mujer. Me estaba defendido. Una
parte de mí estaba dando saltitos y palmas mientras la otra estaba muerta de
miedo. Toqué mi cabeza. Otro golpe más. Suspiré y Sam me obligó a salir de allí
mientras veía a un médico vestido de azul, iba a por Edgar y su madre descansaba
arrodillaba ante él.
—¿Tenías algo que ver con la pelea? —dijo ahora
un enfadado Sam.
—No, de verdad, no sabía nada — cambié su
rostro.
—Sé que me han dicho que necesitas reposo pero me
veo obligado a que vengas a la comisaria conmigo a contestar unas preguntas y a verificar si
son ellos — sacó unas esposas.
—¿Estoy detenida? —dije en
tono de incredulidad.
—Lo siento — me empujó contra
la puerta del coche colocando ambos brazos detrás de mi espalda y encerrándolos
a cada uno con las esposas, me metió en la parte de atrás del coche esta vez — Tiene el
derecho a guardar silencio. Cualquier cosa que diga puede y será usada en su
contra en un tribunal de justicia. Tiene el derecho de hablar con un abogado.
Si no puede pagar un abogado, se le asignará uno de oficio— siguió
hablando y yo no le escuché. Miré enfadada por la ventana tintada. Las esposas
me estaban haciendo rozadura en las muñecas.
Menudo
imbécil el policía. Este viaje sí puso la sirena. No me quejé, no me dirigí a
él, no le escuché ni si quiera le miré.
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