-"Vete al infierno mamá"- comentó
Edgar hasta que se giró y me vio venir.
-¿Sabe usted que es el ser más despreciable
que existe en el mundo?- le grité- Me importa la puta cosa que tu marido sea
arquitecto y que duermas con diez mil euros debajo del colchón, porque usted no
ha hecho nada para ganárselo, sólo encontrar a un estúpido que la aguante,
porque no se la aguanta ni pagando- le apunté con él dedo- Puede que no tenga
ni de lejos el dinero que tiene usted, pero le aseguro que mis hermanas lo
tendrán un día y será porque me lo trabajaré, usted acabará sola y yo rodeada
de gente que me importa, ¿Porque sabe qué? Puede que yo tenga lo justo para
llegar a fin de mes, pero tengo a muchas personas que me dan cariño, no como a
usted, y es más, intente mantener una familia de seis personas sin ninguna
clase de ingresos desde que nos dejaron, porque vosotros sois tres, pero
nosotros el doble, anda y que la den- recogí el bolso que había dejado en el
suelo enfadada mientras algunos de los enfermos me aplaudían, otros me juzgaba
y otros seguían con la boca abierta.
Me podría romper el corazón, me podía
despreciar, me podía llamar rata, mal nacida, mal educada, desperdicio social,
incluso me podría prohibir ver a su hijo, pero ni en un millón de años le
permitiría que insultase a toda mi familia como si ella fuese superior y se
saliese de rositas. Nunca.
Bajé las escaleras mientras me llamaban al
móvil y descolgaba sin mirar quién era en la pantalla.
-¿Si?- dije con voz agotada.
-¿Dónde estás?- era Sam.
-¿Ayer me detienes y hoy quieres saber dónde
estoy?- le dije ya enfadada de todo lo que había pasado anteriormente.
-Esta mañana llamé- pasó de mí- Ya imaginaba
que estabas durmiendo después de la noche de ayer, pero por si acaso- me quedé
en silencio y salí del hospital- Hoy tengo turno de tarde, ¿dónde estás?
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