Le echaba
de menos a él, y echaba de menos lo que era yo cuando estaba con él, aun así
entre esta locura de días, había algo que no me hacía pensar en él, su nombre
era Sam, me amarraba a él de todas formas posibles, porque era lo único que
podía salvarme ahora mismo.
Ahora cada
día que elegía ir a clase contemplaba su mesa vacía, no era algo nuevo ver que
no había nadie, pero él solía ir, al menos a alguna clase, y la pena de no
verle, y que en parte fuese por mi culpa me reconcomía por dentro.
Tal vez
había hecho caso a su madre, había decidido apartarme de su vida, había asumido
que yo era una rata, de esas que trasmitían la peste negra, de esas que no se
merecen si quiera estar en el alcantarillado. Tal vez sólo abrió los ojos y se dio
cuenta con la clase de monstruo que había convivido por todo este tiempo, tal
vez sólo entendió, que yo, no era suficiente para él, que yo, no era suficiente
para nadie, que yo, no me merecía sus palabras de amor, y que yo, era
perjudicial para su salud y su bienestar. Y aquí, se acaba la función, el príncipe
se dio cuenta de que en realidad la princesa era un dragón, gruñón, enfadica y
sin corazón, y decidió irse al galope con su corcel, dejando a la dragona frustrada
y en busca de sentir algo en su frío interior apartada de lado, y eso
produciendo, sólo, que se volviese más y más horrible.
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