No tardé en
tantear la mesa con mis manos y coger el móvil, para llamarle y escuchar unos
pitidos —Hola— escuché su voz y cogí aire profundamente.
Solté una
risita nerviosa —Edgar, ¿qué? ¿Dónde estás? ¿Qué tal te encuentras?— sin
importarme las fulminantes miradas de la bibliotecaria seguí intentando coger
aire mientras lloraba.
—Me han
enseñado muchas cosas en el hospital, trucos de magia — me toqué la frente.
—¿Qué has
tomado? ¿Estás bien? ¿Debo llamar a tu casa?— pregunté absorbiéndome la nariz.
—He aprendido
a aparecer y desaparecer.
—Edgar, se
acabó voy a llamar al hospital— me giré en rotundo cuando encontré su mano
puesta en mi hombro y a él con una sonrisa, bajé el móvil despacio de mi oreja
y él sonrió más ampliamente para luego cogerme y darme vueltas en aire, me
aferré a su chaqueta, respirando de su olor, empapándome de recuerdos.
—¿Escuchas eso? — le cuestioné y me miró raro — Es mi hermana gritando, es que
inundé la casa llorando cada vez que preguntaba por ti y nadie me contestaba. —
le recriminé.
—Puedo
explicarte eso — cogió sitio y se sentó en la silla de enfrente en la que todos
nos estaban mirando.
—¿Cómo
sabías donde estaba? — me senté también mientras él enredaba en mis apuntes y
los miraba frunciendo el cejo.
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