Listaa

domingo, 18 de octubre de 2015

Página 457.

El agua salada era buena para las heridas, ¿no? Decidí correr el riesgo de coger una infección y seguir andando. Porque como dije, nada me iba a parar. Di otros pasos, las olas golpeaban las grandes rocas y caían encima de mí salpicándome y empapándome, escupía, me lavaba los ojos para poder seguir viendo y lo único que protegía era la mochila con mis pertenecías, cada vez que una ola golpeaba me daba la vuelta dejando que el agua callase en mi espalda y abraza la mochila con fuerza evitando que se mojase por encima de cualquier cosa.
Caminé, salté de roca en roca mientras el aire me hacía perder el equilibrio y el agua resbalarme, a esas alturas mis pantalones vaqueros se rompieron en el lugar de mis rodillas de tanto caerme, tenía las rodillas solladas, las palmas de las manos rajadas, los pies estaban cubiertos de una capa roja de sangre, que cuando las olas volvían a golpear y el agua caía encima, se la llevaba, para dejarme ver de nuevo la piel de mis pies pálida, que pronto se volvía a teñir de roja.
El pelo empapado se quedaba en mi cara pegado con el aire, me impedía ver con tal claridad cuando se colocaba encima de mis ojos, pensé en ponerme de nuevo los zapatos, pero la sangre los arruinaría, y no quería dejar pruebas de lo débil y mal de la cabeza que estaba ante mi hermana. Seguro pensaría que seguía en la biblioteca, aislada y calentita. Nadie se imaginaría que estaría haciendo esta locura.
Las olas con fuerza arrastraban mis pies y en ocasiones en las que no podía agarrarme me hacían caerme y darme de bruces o en los costados. Estaba destrozada, rendida, mi cuerpo me decía que saliese de allí ahora mismo, mi corazón que llegase dónde tenía que llegar, mi cerebro desistió y dejó mi capacidad irracional.

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