Parpadeé
varias veces y me incorporé mirando a mí al rededor, no había nadie, ¿quién
andaría por aquí?
Estaba
helada, empapada, y mis piernas completamente metidas en la orilla, las vi de
nuevo cuando la espuma se marchó y las recogí para sentarme y abrazarme a mí
misma intentando mantener el calor corporal. Intenté dejar de temblar, pero mis
dientes no paraban de castañear. ¿Hipotermia? Puede.
Seguía
lloviendo incluso con más fuerza que antes, y mi cuerpo seguía sangrando como
si no hubiese mañana.
Eran cortes
superficiales, pero sentía que me estaban debilitando poco a poco, no eran los
cortes, ni la sangre, era yo, era Edgar, era lo que me había causado.
Esta era mi
forma de escapar.
Me levanté
tambaleante y me acerqué a mis zapatillas y chaqueta, la levanté, la mochila
estaba a salvo. Respiré profundo, con algo de tranquilidad, para colocarme la
chaqueta, se acabó el descanso.
Aunque
escapar te haga perder energía, y no sea ni de lejos algo recomendable, era mi
forma de sentirme un poquito bien. Y necesitaba eso. Terriblemente.
Caminé unos
pasos más mientras mis piernas fallaban y me hacían caer de vez en cuando pero
no me permití no llegar, tenía que hacerlo.
Subí las
escaleras de madera agarrándome a la barandilla y empecé a andar por el
sendero, ahora de barro y charcos, mis pies estaban malheridos, con piedras,
pinchos, y demás cosas que me hacían quejarme de a poco.
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