Subí cómo
pude y no me preocupé cuando salté la valla y rasgó mi piel parte del alambre
punzante que se encontraba en lo alto de esto.
Caminé por
la hierba y extendí los brazos cuando llegué a la cima y al borde del
acantilado. Mi acantilado. Cerré los ojos y respiré profundo. Si había algo
mejor que un acantilado, era un acantilado lloviendo. Abrí los ojos para ver el
espectáculo que me ofrecía la naturaleza en bandeja de plata y sonreí muy
levemente. Caí al suelo de puro cansancio y me arrastré manchando mi ropa de
barro hasta una de las piedras erosionadas que tapaban parcialmente el techo, y
me protegían de la lluvia. No se podía ver el mar desde allí, pero no quería
que sus cartas se mojasen. Me acurruqué como pude en el pequeño espacio y abrí
la mochila.
Estaba
nublado, y que tuviese un "techo" de piedra maciza no entraba en mis
planes de luz ideal para leer. Pero arremetí con ello y busqué dentro hasta
encontrar un gran montón de cartas unidas entre ellas con una cuerda a altura
del centro, estaban enumeradas en la esquina superior y eso me facilitó las
cosas. Tanteé hasta encontrar la primera y guardé las demás por miedo a
perderlas. Abrí el sobre y saqué el papel. Su escritura ilegible estaba ante
mis ojos y me alegré de tenerla de nuevo de cerca.
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