La dejé en
el suelo intentando dejar de marearme y llevando mi mano a mi frente. Mil
imágenes nuestras de noche, de día, de mañana, de tarde. Su sonrisa, sus brazos
rodeando mi cintura y mis hombros, él olor de su pecho. Los desayunos en la
cama, las tardes de persianas bajadas en las que yo leía y él me contemplaba
leer. Porque a él le gustaba verme leer.
La hoja
voló y salió precipitadamente hasta el borde -No, no, no- susurré levantándome
rápido y yendo hacia ella cuando ya iba de camino directo hacía el vacío. Miré
hacia abajo y la arrugué en mi puño, contenta con tenerla encerrada en mi mano
y no entre el agua, que azotaba con fuerza contra el acantilado sin piedad
intenté sujetarme con la otra mano mientras me resbalaba más y más, mi cuerpo
cediendo rápidamente hacia el vacío -Mierda- susurré tocando sólo con las
rodillas el suelo e intentando sujetarme con la mano a la única roca que tenía
cerca. -Vamos Nina- cerré los ojos. No estaba colgando, podía hacerlo. Arrastré
mis pies descalzos y tanteé el terreno intentando pillar mi pierna con algo
para conseguir mayor sujeción. Apreté con fuerza la roca que tenía mi mano bajo
su presión y cogí aire, yendo cada vez más y más hacia dentro. Si soltaba mi
mano caería de cabeza. Si usaba la otra rompería la carta, ya mojada y endeble.
Me dolía la
palma con la que estaba sujetada, las heridas haciendo aparición de nuevo. De
un impulso rodé haciendo que por lo pronto, mi cintura estuviese en tierra firme.
Me arrastré para atrás, sollando mi barbilla y mi piel en el proceso y en
cuanto sentí mi codo tocar roca me impulsé como pude y me arrastré de nuevo
para atrás. Estaba dentro. Estaba en tierra. Estaba a salvo. Respiré profundo.
No sé de dónde había sacado la fuerza. No sé dónde la tenía escondida. Me froté
la cara llenándome las mejillas de sangre, ahora nueva mientras contemplaba de
nuevo mis piernas y mis codos, todos hechos una basura.
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