Te echo de menos.
Sé que ya van más de cinco cartas que terminan así.
Sé que no es original, pero tengo miedo de que lo olvides.
Y que me olvides, y nos olvidemos, y dejemos de follarnos, llamarnos,
amarnos, y volvernos locos.
Me estoy volviendo loco sin ti.
De verdad, nunca te vayas de esa silla en la sala de espera a menos de
diez metros de mí.
Te echo de menos Nina.
Y sé que nunca te he dicho que te amo.
Pero creo que es un buen momento para hacerlo.
Para hacérnoslo.
Para darnos la oportunidad de verdad decir lo que pienso.
Te amo Nina.
PD: Tal vez mentí, tal vez se me olvidó, tal vez omití la parte de la
que quería hablar y no hablé por miedo a que no quedase bonito. Pero lo voy a
hacer, aún estoy a tiempo.
No, Nina, puede que eche de menos tu pelo, tu sonrisa, tus ojos y tu
voz. Pero de verdad hay algo que no puedo pasar por alto de echar de menos y es
tu bendito culo.
Echo de menos tocarle, y saber que es mío.
Y no me voy a cortar, porque escribiendo no hay censuración y ya somos
mayorcitos para saber de lo que nos hablamos.
Echo de menos follarte hasta que te quedas sin respiración y sin voz.
Cuando sueltas un gemido gutural y tú cuerpo se reduce a espasmos, palabrotas,
tus ojos perdidos y me aprietas con tus piernas. Lo hago. De verdad que lo
hago.
Echo de menos tus torturas antes de pasar a la acción, echo de menos
tus bailecitos sexys, tus palabras sucias, tus preguntas poco centradas en el
tema, echo de menos como mueves las caderas encima de mí y cómo te agarras a mi
pelo para no caerte de la cima del todo. Y lo echo de menos, que te muevas, que
me arañes, que me muerdas, que me chupes, que te bajes, de rodillas, encima,
debajo, en la encimera, en la ducha y en la cama.
Te echo de menos. Y si no lo decía explotaba.
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